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El patriarcado se actualiza: el movimiento tradwife como modelo de vida

por: Paula Barrionuevo

El fenómeno tradwife que a simple vista puede parecer un estilo de vida personal, en realidad se inserta en un entramado histórico de desigualdades de género, económicas y culturales. Para poder comprender este fenómeno, es necesario mirar cómo la modernidad y las redes sociales configuran identidades y modelos de vida. Vivimos en una sociedad marcada por la fluidez, la inestabilidad y la constante transformación de vínculos, instituciones y valores. Según Zygmunt Bauman, en la modernidad líquida todo cambia demasiado rápido y nada ofrece seguridad duradera; las identidades se vuelven volátiles y la búsqueda de estabilidad se convierte en un refugio frente al caos. En este escenario, las redes sociales se presentan como espacios centrales para la circulación de sentidos, la negociación de identidades y la validación social, donde ciertos modelos de vida se celebran, promueven y naturalizan globalmente.
En este contexto surge el movimiento tradwife, formado por mujeres que reivindican roles de género tradicionales, centrados en la domesticidad y la crianza, como respuesta a la vida contemporanea colmada de  incertidumbre. Este fenómeno no solo refleja una necesidad de orden y pertenencia, sino que también se inserta en un entramado de desigualdades históricas. La desigualdad social, entendida como disparidad estructural en el acceso a recursos y oportunidades, se entrelaza con la desigualdad de género, que asigna lo femenino al espacio privado y lo masculino al público. Autoras como Silvia Federici y Nicole Cox destacan cómo la división sexual del trabajo relegó a las mujeres al trabajo reproductivo no remunerado, sosteniendo la economía y la reproducción de la fuerza laboral. Jelín amplía esta perspectiva al señalar que la desigualdad atraviesa todas las clases sociales y se percibe como parte del orden normal de las cosas, generando la “doble jornada” para quienes combinan trabajo doméstico y son parte del mercado laboral.
Nancy Fraser aporta una mirada integral, mostrando que la desigualdad de género es tanto económica como cultural: mientras muchas mujeres enfrentan precariedad, brecha salarial y desvalorización de su trabajo, también se les impone un reconocimiento simbólico menor (osea se denigra la feminidad y todo lo vinculado a ella), reforzando jerarquías que parecen naturales. Así, lo material y lo simbólico se refuerzan mutuamente: la exclusión económica se legitima culturalmente, y la dominación cultural se sostiene sobre bases económicas, configurando la persistencia de jerarquías de género en nuestra sociedad.

La reactualización de la desigualdad en el fenómeno tradwife

El movimiento tradwife se consolida en un contexto donde las desigualdades económicas, culturales y de género persisten, adaptándose a los lenguajes de la cultura digital. Al reapropiar roles tradicionales, las tradwifes transforman la subordinación en un ideal de identidad y pertenencia, presentado como elección personal y autenticidad femenina. Sin embargo, esta resignificación no cuestiona las jerarquías que la sostienen: las naturaliza y las hace deseables en los entornos mediáticos, convirtiendo la subordinación en un modelo aspiracional.
La interseccionalidad evidencia cómo la clase, la raza y el acceso a recursos condicionan este fenómeno: la mayoría son mujeres blancas, de clase media/alta, que pueden quedarse en el hogar sin enfrentar precariedad. Desde la mirada de Nancy Fraser, el movimiento tradwife refleja la tensión entre reconocimiento simbólico y desigualdad económica: busca prestigio a través de la feminidad tradicional mientras perpetúa injusticias materiales. En redes sociales, la domesticidad, la devoción al hogar y la estética asociada a este estilo de vida se vuelven visibles y celebradas, mostrando cómo el patriarcado contemporáneo se mantiene vigente bajo la apariencia de autonomía y autoafirmación.

La internalización de la desigualdad

El movimiento tradwife no solo revive roles tradicionales de género, sino que también evidencia cómo las desigualdades estructurales se internalizan y se perpetúan en la vida cotidiana. La teoría del estigma de Erving Goffman ayuda a entender cómo la sociedad clasifica y jerarquiza a las mujeres, asignándoles atributos considerados “naturales” o “inferiores”, mientras que Pierre Bourdieu explica que estas clasificaciones se incorporan al habitus: las mujeres aprenden a responder a expectativas culturales que parecen propias, convirtiendo la subordinación en identidad asumida. Así la violencia simbólica funciona de manera silenciosa, garantizando que estas jerarquías se reproduzcan sin necesidad de coerción directa, transformando lo impuesto en algo interiorizado y naturalizado.
El fenómeno tradwife ilustra claramente este mecanismo. La domesticidad, la devoción y la obediencia se presentan como elecciones libres y aspiracionales, mientras las redes sociales amplifican estos discursos, convirtiendo la vida privada en espectáculo y consolidando un modelo de feminidad estéticamente atractivo. La reapropiación de la subordinación la naturaliza y la hace deseable, ocultando la continuidad de desigualdades económicas, culturales y de género que históricamente han limitado la autonomía femenina. 
Analizar el movimiento tradwife invita a reflexionar sobre cómo construimos nuestras identidades y creencias. Lo que se percibe como una elección personal muchas veces refleja estructuras sociales más profundas; el patriarcado contemporáneo se actualiza: ya no impone reglas de manera explícita, sino que logra que muchas mujeres las reproduzcan voluntariamente, bajo la apariencia de armonía, amor y cuidado. Este fenómeno demuestra que la violencia simbólica sigue siendo uno de los mecanismos más eficaces para mantener vivas las desigualdades de género en la era digital

Meta Crisis, periodismo desde la periferia. Tucumán, Argentina