Skip to content Skip to sidebar Skip to footer

 El robo de una identidad y la lucha por la verdad

Por: María de la Paz González
 
La identidad, aquello que tenemos por derecho apenas nacemos, a Mario le llegó recién a los 38 años. Ese tiempo le llevó reencontrarse con su mamá, con su historia, con su vida. 
Finalmente lo llamaron un lunes. “Encontramos a tu mamá”, dijo que escuchó del otro lado del teléfono. La piel se le erizó, contó. La posibilidad de conocerla ya no se resumía en eso, una posibilidad.
“Hoy se cumplen nueve años desde la primera vez que pude abrazar a mi madre”, fue su relato. Exactamente un 3 de diciembre que debió ser de celebración se transformó en un día de confrontación. Al fin, le tocó declarar en el juicio por su caso. Le tocó revivir el horror, exponerse ante quienes buscan justificar lo injustificable. Y ver, aunque sea detrás de una pantalla, a uno de los culpables de que la vida de Mario fuera como es. 
No es un juicio más; es el primero por apropiación de un bebé en la región del Noroeste Argentino. 
Y él es ese bebé.
La organización Abuelas de Plaza de Mayo estima que casi 500 bebés pudieron haber nacido en cautiverio durante la dictadura. Hasta ahora, en una lucha inclaudicable, se restituyeron 139 identidades. Todavía faltan más de la mitad de las historias en encontrar reparación.
 
***

 

Desde la pecera de prensa en la sala del Tribunal Oral Federal, todos los rostros de los presentes reflejaban una mezcla de dolor y determinación. Muchos de ellos sostenían en sus manos fotografías de los desaparecidos, un recordatorio constante de la búsqueda de justicia que los ha reunido allí. La sala es un hervidero: la angustia, la sed de justicia de los presentes, y la inquietante presencia de Santos González, guardia de la cárcel de Villa Urquiza, y el principal acusado de su apropiación. Él por su parte, evitó el contacto visual con el tribunal. Su rostro, en un principio, mostraba una expresión casi burlona, desafiante.
“¿Podes relatarnos tu historia?” pregunta el fiscal Pablo Camuña mientras mira hacia la pantalla del tribunal, Mario no pudo estar físicamente presente por su reciente traslado a España. 
Él sonrió e hizo un chiste sobre ser “breve”, pero claro que esta historia es todo menos breve. Se aclaró la garganta y empezó: “Siempre desde muy chiquito, uno va recapitulando situaciones, yo supe que había nacido, según mi partida de nacimiento vieja, en Las Parejas, en Santa Fé, y fui criado en Las Rosas como hijo único por un matrimonio mayor llamado Alcides Bravo y Cecilia Raggiardo. A pesar de que mi infancia transcurrió con normalidad, el solo pensar en mis orígenes siempre me generó ruido. La marcada diferencia de edad con mis padres y las misteriosas visitas anuales de una pareja tucumana, Espinoza y doña gringa, eran hechos que no podía ignorar. Pasados los años ir a la universidad era abrir una persiana nueva, encontrarme con cosas que no había escuchado en mi vida como ser la dictadura, las torturas, el robo de bebés, y la lucha de Abuelas. En el año 2015, con mi “madre de crianza” ya con 85 años y mi padre ya fallecido, me permití contactarme por primera vez con la agrupación y luego someterme a un análisis de ADN. El mismo confirmó que, aquel ruido interno tenía razón, yo era hijo de SAN”.
SAN, una joven tucumana de diecinueve años y madre soltera, fue secuestrada la madrugada del 25 de julio de 1975 por un grupo de nueve policías mientras regresaba a su hogar. Ella era el único sostén de su familia y tenía una hija recién nacida. Rogó que la dejaran ir para poder amamantarla, pero fue ignorada y detenida bajo falsas acusaciones de “subversión”. Le vendaron los ojos y la trasladaron a un lugar donde lo único que distinguía era el sonido constante de máquinas de escribir. Era la Jefatura de policía de Tucumán, donde las torturas físicas y psicológicas, incluyendo golpes, desnudamientos forzados y amenazas empezaron. Posteriormente, fue trasladada al Penal de Villa Urquiza donde la mantuvieron aislada en una celda de castigo conocida como “chancho”. Allí fue testigo y víctima de atroces torturas, algunas de ellas descriptas en su testimonio como: persecuciones con perros sobre piso enjabonado, baños de agua helada en pleno invierno y abusos sexuales sistemáticos. En consecuencia de estas violaciones quedó embarazada.
Entre mayo y julio de 1976, dio a luz en condiciones infrahumanas sobre un colchón sucio. Ella recuerda el llanto de su bebé, pero nunca le permitieron sostenerlo en sus brazos. La inyectaron para que no produjera leche y le colocaron un algodón en sus genitales. Al tiempo fue arrojada de un vehículo en estado de abandono, con los ojos vendados y su cabeza rapada. La vergüenza y el miedo la paralizaban de contar lo que le hicieron. Recién pudo hacerlo años después acompañada ante una psicóloga de la CONADI (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad).

 

 
*** 
“Pasaron 38 años para poder reencontrarnos, vemos los parecidos y es un alivio. Mi mamá me dijo que pedía a Dios que sea parecido a ella.” Siguió su relato Mario, hablaba pausado, la voz se le quebraba. Tenía los ojos brillantes y apretaba sus manos con nerviosismo.
“¿Qué es el amor?”, se preguntó. “No se ve, no se percibe pero está ahí. Y decís: Es una desconocida que no vi nunca, pero debo contener a esta mujer, porque ella vivió la parte consciente, y yo viví lo inconsciente, porque era un bebé. Pasa todo como una película en blanco y negro, pero sentis ese amor puro, que tenes ganas de contagiar a todos, porque no es ese que te podes guardar. El amor en estado puro, de una madre a un hijo. Es tan grande que querés ayudar a encontrar a más de los 300 que faltan, es mucho más grande que vos y que cualquier ser humano. Decidí entonces cambiar mi apellido por el de ella, en su honor”.
El juicio culminó el 5 de diciembre de 2024 con una condena de siete años de prisión para González: hallado partícipe secundario en los delitos de sustracción y detención. Pero la condena de Mario y su mamá fue privarse de estar más de treinta años juntos. Treinta años de silencio, de ausencias y de negación.
Aunque la Justicia intente cerrar esta herida, nosotros -toda la sala, quienes pensamos en que la Democracia se construye sobre la verdad- seguiremos luchando, porque la Memoria no se negocia, ni se silencia. Y la Verdad, por más que intenten enterrarla, siempre encuentra la forma de florecer.

 

Meta Crisis, periodismo desde la periferia. Tucumán, Argentina