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La cultura de la violación se expande en la manosfera

Por Camila Lopez Morales

Carolina tenía 19 años cuando, el 3 de julio de 2016, fue abusada sexualmente por Franco Trapani y Álvaro Rodríguez en la ciudad tucumana de Tafí Viejo. Casi una década después, en septiembre de 2025, los acusados fueron condenados por esa violación. El día de la sentencia, uno de los amigos de Trapani fue a Tribunales a apoyar a su amigo “inocente” y dijo estas palabras ante un par de periodistas:
“Hoy los hombres pudientes nos vemos expuestos a estas situaciones que son tristísimas (…) por pequeños errores que podemos cometer, como todos, en la noche”.
Referirse a una violación como simple error que no amerita condena puede sorprendernos, pero para muchas personas es un pensamiento de sentido común. Este es un ejemplo de un argumento que podemos enmarcar dentro de la “cultura de la violación”.
La cultura de la violación se manifiesta a través de la aceptación de las violaciones como un hecho cotidiano, e incluso como un privilegio masculino. Da por naturalizado que los hombres tienden a abusar, controlar y ejercer poder sobre las mujeres y las niñas. Además, culpabiliza a las víctimas de las agresiones y las estigmatiza.
Hace poco, en un programa de streaming, un joven debatía con otros varones sobre el consentimiento, y se preguntó genuinamente por qué el “no” de la mujer vale más que el “sí” del varón. Hace un par de meses también pasó desapercibida la noticia de un adolescente de un colegio secundario de Córdoba que, durante su viaje de egresados en Bariloche, se disfrazó de “mujer violada”.
La cultura de la violación no es un fenómeno nuevo. Es un sistema de creencias y prácticas con raíces antiguas, tan viejas como las estructuras patriarcales mismas. Pero en la era digital, y con el auge de sectores conservadores y antifeministas, está experimentando un resurgimiento y una amplificación que la vuelven más visible y peligrosa.
Buena parte de esta naturalización de la violencia hacia las mujeres entre varones jóvenes encuentra una base común en la manosfera o machosfera: una red de sitios web, blogs y foros que promueven la masculinidad exacerbada, la hostilidad hacia las mujeres y la oposición al feminismo.
Diversos estudios sobre estos espacios digitales revelan que los hombres que participan allí suelen ser jóvenes que expresan una sensación de insatisfacción ante el supuesto derecho a tener relaciones sexuales que, creen, las mujeres les niegan.
Estos entornos profundamente misóginos funcionan como cámaras de eco, donde las perspectivas más extremas se refuerzan y normalizan. Y en las redes sociales, los algoritmos amplifican estos contenidos según intereses previos, consolidando prejuicios y miradas distorsionadas acerca de los vínculos sexoafectivos.
La difusión de estas ideas no es marginal. Hace años que avanzan sobre la opinión pública desde distintos frentes. Por ejemplo, a través de organizaciones antifeministas que impulsan la narrativa de las “falsas denuncias” por violencia de género y del mito del síndrome de alienación parental (SAP). Estas narrativas desinformantes buscan desacreditar a las mujeres que denuncian y garantizar la impunidad de los agresores.
Se trata de organizaciones que cuentan con fuerte capacidad de lobby. A principio de año presentaron un proyecto de ley en el Congreso Nacional para agravar las penas a quienes cometan falsas denuncias por violencia de género.
La diputada Mónica Macha lo explica muy bien: “Los varones violentos, los pedófilos y los abusadores también se organizan. Ha sido una reacción, la reacción conservadora y misógina, al desarrollo de las fuerzas de un feminismo de masas. Así han nacido organizaciones como Varones Unidos o el Observatorio de Falsas Denuncias que buscan, en un mismo movimiento, deslegitimar la lucha feminista y conseguir impunidad para sus actos”.
Varones Unidos, cabe decir, es la organización de la que forma parte Pablo Laurta, detenido a principios de octubre por el femicidio de Luna Giardina, su expareja, y de Mariel Zamudio, su exsuegra.
Esta reacción conservadora, amplificada en el mundo digital y que busca naturalizar el sometimiento de nuestros cuerpos, es peligrosa y representa una verdadera amenaza. Para contrarrestarla podemos comenzar con algo simple: hablando de este tema. Es necesario que problematicemos junto a adolescentes y jóvenes sobre vínculos, emociones, estereotipos y roles de género. Es imperativo que la problematica de la cultura de la violación sea una conversación cotidiana. 
Debemos seguir disputando sentidos comunes y construyendo consensos. Es el momento de salir de nuestra propia cámara de eco, de nuestra burbuja de certezas. Porque nuestras obviedades no son las de ellos. 

Algunas fuentes para profundizar sobre
la manosfera y la cultura de la violación:

Meta Crisis, periodismo desde la periferia. Tucumán, Argentina