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La pedagogía digital del odio

Por: Valentina Olivera

Hace más de un mes se estrenó una producción audiovisual de Netflix que fue furor en nuestro país. Y sí, estamos hablando de
Adolescencia. Una miniserie sobre la cual nos dedicamos a analizar en cada ámbito posible: en los streamings, entre amigos, en el trabajo, y en las redes. Pero después de todo el debate social que se produjo… ¿Qué es lo más importante que nos dejó? 
Esta ficción puso sobre la mesa, de manera masiva y contundente, la necesidad urgente de abordar cómo las violencias están adoptando modalidades cada vez más difíciles de manejar.
Quedó en evidencia que las condiciones en las que ocurre la interacción y vinculación social han cambiado significativamente, pero esto no es ninguna verdad revelada por la serie. Lo novedoso no radica tanto en su contenido (motivo de reflexión y acción desde hace años por investigadoras feministas), sino en su capacidad de reflejar con agudeza la crisis y los límites de ciertas instituciones, como la escuela, para abordar los “nuevos tiempos”. El entorno digital es, hace años, un ámbito más de nuestra cotidianidad y constituye por sí mismo una realidad de la que hay que hacernos cargo. Constantemente debatimos sobre nuestros “yo virtuales” que le temen a la cancelación, sobre las modalidades que adoptamos para generar y/o mantener vínculos sociales y amorosos. Nadamos en plataformas que así como nos generan dopamina, también son espacios que funcionan a la perfección para la reproducción de mecanismos que disimuladamente (y no tan disimulada) fomentan la violencia y el odio a gran escala. 
En este punto entra el tema central que la miniserie trae a colación, y que seguramente a estas alturas ya conoces: el concepto de los INCELS y el imaginario creado por esta comunidad.
Más allá de pretender entender la retórica de esta comunidad y a la comunidad en sí, el desafío está en analizar el contexto en el que estos discursos empiezan a ocupar cada vez más espacio. Influenciando no sólo las dinámicas sociales establecidas en las redes, sino también impactando inevitablemente en la vida cotidiana al instalarse como formas de entender la realidad. Para que terminologías extremistas de la periferia como “Chad”, “Simp” y “Normie” se hayan difundido como conceptos muy utilizados por los jóvenes es porque ya existen una serie de condiciones sociales que dan lugar a la construcción y fortalecimiento de estos fenómenos

El algoritmo educa, el Estado abandona

Si bien es cierto que los Incels se mueven por la “web oscura” para dificultar el monitoreo, su actual presencia en las redes masivas es innegable. Preguntarnos bajo qué condiciones esta subcultura caracterizada por la agresividad y la misoginia pudo trasladarse de la periferia al centro, e instalar sigilosamente conceptos machistas, es fundamental para generar una comprensión crítica de cómo los adolescentes adoptan estas formas para habitar el mundo virtual. Actualmente, los algoritmos de TikTok y YouTube Shorts convirtieron a estas plataformas en máquinas expendedoras de contenidos sumamente agresivos.
En el 2024, el Centro Antibullying de la Universidad de Berlín realizó un experimento que consistió en registrar el contenido recomendado a diez cuentas ficticias en estas aplicaciones, y se demostró que durante los primeros veintitrés minutos de exposición todas las cuentas identificadas como masculinas recibieron el mismo tipo de contenido masculinista y antifeminista. El mecanismo es sencillo: en primera instancia ofrecen en bandeja de plata contenido misógino y violento (independientemente de si lo estabas buscando o no) y basta con que hayas demostrado un mínimo de interés para que se active el sistema de recomendaciones. El estudio también destacó que hay una gran cantidad de videos dedicados a la motivación masculina y a la generación de dinero, un material que explota estratégicamente las inseguridades de los niños. 
 Podemos observar cómo es este mismo sistema, en el cual pasamos la mayor parte de nuestro tiempo, el que alimenta la nociva dinámica de la violencia en pos de ganar más interacciones. Aunque esto no parece ser una problemática para quienes tienen el poder de establecer medidas regulativas, sí esperamos que lo sea el peso que están tomando las consecuencias de esta exposición: la inoculación de la misoginia entre los más jóvenes no es algo que nos salga gratis
 Es importante mencionar que tanto la exposición como la interacción no son elementos que trabajen por sí solos. Habitamos una sociedad regida aún por estereotipos de género que reproducen nociones erróneas sobre cómo debe ser un “hombre de verdad”. Estereotipos que, si no son cuestionados y deslegitimados, actúan como base para que estos contenidos se vuelvan atractivos. Actualmente, presenciamos la aparición de personajes mediáticos que afirman efervescentemente que los históricos roles de género no están equivocados, y que el error yace en el avance del mundo. Esto cobra aún más relevancia en un contexto donde se desfinancia y deslegitima estratégicamente políticas públicas como la ESI. Destinada, entre otras cosas, a desarmar la noción tóxica de masculinidad que pone en riesgo la salud de todos. Bajo esta resurrección de prácticas y discursos machistas, se vuelve cada vez más complicado para las juventudes que deben crecer bajo los mandatos de esta cultura de la masculinidad, y que se ven influenciados por los mismos. 
 Ya en 2023, la investigadora y periodista Luciana Peker (actualmente exiliada en España debido a las amenazas de grupos/comunidades misóginas), planteó en una entrevista realizada por COOLT la teoría de que la intensificación de posturas extremistas, como las que fomentan los Incels, se produjeron en respuesta al avance internacional del movimiento feminista y a los cuestionamientos al patriarcado. Tal como plantea Peker, también se puede tratar de una cuestión generacional. Los jóvenes que expresan simpatía por partidos de ultraderecha y políticas antifeministas comparten, en gran medida, la noción de que el empoderamiento femenino está estrechamente vinculado con la disminución de la masculinidad. Particularmente en nuestro país, estos eligen demostrar su desencanto y resentimiento a través de plataformas como “X”, donde los diversos formatos que adoptan los discursos de odio hacia las mujeres están cada vez más normalizados.

¿Adolescencia es una ficción o un espejo?

 Aunque
Adolescencia no está basada en hechos reales, podemos afirmar que estos escenarios estremecedores no pertenecen solamente al mundo de la ficción. Casos como el de la joven Ema Bondaruk (quien se suicidó debido a la viralización y repercusión en las redes de un video íntimo difundido por uno de sus compañeros) nos recuerdan que los discursos violentos que circulan impunemente en las plataformas, efectivamente traspasan la pantalla y se materializan. 
 En definitiva, este llamado a la reflexión generado por la miniserie fue fundamental para reavivar las discusiones sobre la importancia de herramientas como la ESI, y la imperiosa necesidad de reconocer las presiones e inseguridades que enfrentan las juventudes de hoy en día. Sin embargo, tal como concluye el estudio realizado por la Universidad de Berlín, un Estado presente que priorice el bienestar de sus ciudadanos no deja de ser un eslabón fundamental en la construcción de posibles soluciones frente a esta era de la pedagogía digital del odio. 

Meta Crisis, periodismo desde la periferia. Tucumán, Argentina