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Las mujeres molestan

por: Paula Barrionuevo

“Las mujeres molestan, hay que matarlas”. Una frase que podría sonar exagerada, un eco de tiempos que creíamos superados, pero que sin embargo, es lo que diversas discursividades reproducen diariamente: una representación de las mujeres como un problema, como algo que incomoda, que irrita y que debe desaparecer. Nos muestran como objetos, que estorban y que se pueden meter en una bolsa de consorcio y descartar. La violencia, que aparenta ser performática, se vuelve explícita; el mensaje es claro y aterrador.
El video de la Shell Crespo de Entre Ríos es un ejemplo reciente. Dos hombres hablan de una joven compañera “la chica de redes”: la llaman “infumable” y, acto seguido, la golpean,  la meten en una bolsa negra y la suben a una camioneta para deshacerse de ella. Mientras todo esto ocurre, comentan lo “tranquilo” que quedó el lugar sin ella. La escena es grotesca, retrata a la mujer como un objeto prescindible, como si fuera basura.
Este tipo de trends que circulan en redes no son superficiales aunque lo parezcan. Nos enseñan que nuestra presencia puede ser percibida como un problema que debe eliminarse. La bolsa de consorcio es la brutal metáfora de cómo se nos ve en el imaginario misógino. Cada video, cada meme que hace humor con discursos en nuestra contra, nos recuerda que todavía vivimos en un mundo que nos deshumaniza.
Lo más alarmante no es que existan estos contenidos, sino que pasen desapercibidos hasta que alguien los denuncia, porque para que un trend sea un trend, debe existir mucho contenido similar que sea socialmente aceptado también por muchos. Esa indiferencia revela lo profundamente naturalizada que está la misoginia en la cultura digital y, en general, en nuestra sociedad. No se trata solo de una campaña publicitaria irresponsable: se trata de un reflejo de cómo se nos enseña a interiorizar la idea de que nuestro sufrimiento puede ser un espectáculo para entretener a otros. Nos enseñan, nos recuerdan, que nuestra presencia, nuestra voz, nuestra forma de ocupar el espacio, irrita a los demás (específicamente a los hombres) , y que por ende deben minimizarnos.
Es imposible separar esta violencia simbólica de la real. Nos prepara, nos condiciona y nos desensibiliza frente a lo que debería indignarnos. Y mientras esto se normaliza, la cultura de la violencia se perpetúa, y con ella, la tolerancia social a lo que puede terminar siendo irreverible.

Del trend a la vida real

Mientras estos contenidos circulan y se multiplican, en Argentina hay un femicidio cada 36 horas según un informe del Observatorio “Ahora Que Sí Nos Ven”. La violencia simbólica no se queda en las pantallas: es el terreno fértil donde crece la violencia física. 
El triple femicidio de Florencio Varela vuelve a dejarlo en evidencia. Morena Verri (20), Brenda Del Castillo (20) y Lara Gutiérrez (15) fueron engañadas, torturadas y asesinadas, mientras eran grabadas y transmitidas en vivo en redes sociales ante al menos 45 espectadores, según el ministro de Seguridad bonaerense, Javier Alonso. No solo fue un crimen brutal: fue también un espectáculo, un mensaje que circuló con impunidad volviendo el dolor y la muerte de tres mujeres en contenido. 
Ese registro no puede leerse como un simple “ajuste de cuentas”. Es un femicidio múltiple: tres mujeres víctimas de una violencia extrema, reducidas a nada. Lo que se transmitió no fue solo un crimen: fue la pedagogía de la crueldad que sostiene el patriarcado. De un trend misógino al femicidio transmitido por redes sociales hay una cadena de violencias que comparten la misma matriz de deshumanización.
Tras el crimen, la discusión pública se llenó de matices que poco tienen que ver con justicia. El caso fue tratado por muchos medios bajo la lógica de “ajuste narco” o incluso bajo el cuestionamiento: ¿femicidio o no femicidio?. Esa duda que parece hasta incluso una cuestión semántica, repetida con insistencia, no es ingenua. Es una manera de correr el eje, de despojar la perspectiva de género a un crimen que exhibió con toda claridad la violencia patriarcal sobre los cuerpos de las mujeres. Porque el ensañamiento sobre Morena, Brenda y Lara no fue un detalle colateral de un conflicto narco: fue la pedagogía de la crueldad funcionando en vivo y en directo. 
Rita Segato lo ha planteado muchas veces: “los cuerpos de las mujeres son convertidos en territorio donde se inscribe el poder. No es la guerra contra las mujeres, es la guerra en las mujeres: nuestros cuerpos se vuelven campo de batalla, botín de guerra, objeto sobre el que se prueba la capacidad de dominación.” Eso fue lo que se transmitió en vivo: no solo un crimen atroz, sino la escenificación de un orden que se sostiene mediante la hegemonía política del patriarcado, que nos recuerda quién manda y qué pasa cuando desobedecemos.

No es un crimen aislado

En medio de estos cuestionamientos, resurgen viejas acusaciones que intentan responsabilizar a las mujeres por su propio asesinato: se analiza su conducta, sus decisiones, su forma de vivir, como si existiera un manual para evitar el femicidio. Pero la realidad es clara: ninguna mujer está exenta y mientras cuestionamos y ponemos bajo la lupa este caso, muchas otras mujeres mueren cada día de manera dolorosa e inhumana en manos de femicidas. 
Si Lara, Morena y Brenda estuvieron en una situación de extremo riesgo no fue por azar ni por descuido. Fue porque el patriarcado y el abandono estatal las empujaron a esos márgenes. Si ser pobre ya es difícil; ser pobre y mujer en Argentina es todavía más violento. La situación actual es crítica. Los recortes y los desmantelamientos como el de la línea 144 dejan a las problemáticas de género inmensamente vulnerables y los barrios populares quedan librados a la lógica del narcopatriarcado.
De hecho hoy tenemos muestras claras del nexo entre el patriarcado misógino y el narcotráfico. El diputado de LLA José Luis Espert, señalado por sus vínculos con el narcotraficante Fred Machado, es uno de los principales referentes oficialistas que niega la violencia de género y se burla de las conquistas de los movimientos de mujeres. Ya en 2019 hacía campaña tildando de “curros” a las reivindicaciones de los feminismos y prometiendo poner fin a las políticas en materia de igualdad de género. 
Por eso no sorprende, entonces, que se busque deslegitimar a los feminismos. Ridiculizar sus reclamos, cuestionar a las víctimas y negar la violencia de género es una estrategia para silenciarnos. En un país donde los femicidios se multiplican, los programas se desfinancian y el propio Estado difunde discursos que niegan la perspectiva de género, el antifeminismo institucional convierte la violencia contra las mujeres en parte del orden político.

Meta Crisis, periodismo desde la periferia. Tucumán, Argentina